Aunque hoy no vengan a por mí
Esta entrada ha sido originalmente escrita por Raquel Martín, Coordinadora Área Sensibilización de Entreculturas para la revista Magisterio
«El pasado mes de Marzo se cumplían 5 años de la guerra en Siria. Un aniversario que reflejaba la incapacidad de la comunidad internacional para detener un conflicto que ha provocado ya más de 400.000 muertes y un éxodo de más de 11 millones de personas refugiadas y desplazadas solo comparable con cifras de la segunda guerra Mundial. Una guerra desoladora de la que intentan escapar miles de familias sirias y una situación desesperada de búsqueda de protección y de futuro en Europa que comparten con eritreos, afganos, iraquíes, iraníes, paquistaníes, nigerianos o somalíes. Poblaciones que, de igual forma, huyen del horror y la violencia que rodean nuestras fronteras y a las que Europa cierra sus puertas.
Estas mismas semanas, y tras la aprobación del cuestionado acuerdo de la UE-Turquía para la devolución a suelo turco de las personas refugiadas que llegan a territorio europeo a través de la Frontera Este, se han comenzado a realizar deportaciones que incumplen, por parte de los gobiernos europeos, acuerdos mínimos de respeto a los derechos humanos, al derecho internacional y al derecho humanitario. Una realidad de intervención que está convirtiendo, de facto, los campos de acogida y refugio en Grecia en campos de internamiento y deportación que nos recuerdan épocas de ignominia en Europa ya superadas. Quizás sean días en los que convenga recordar los versos de este conocido poema de Martín Niemöller, antes atribuida a Bertold Brecht, “Cuando los Nazis vinieron a llevarse a los comunistas”:
Las organizaciones de derechos humanos, activistas y organizaciones sociales de todo el mundo queremos seguir protestando, intentamos que tanto dolor no pase desapercibido. Manifestamos nuestra indignación por el incumplimiento y la vulneración de los acuerdos internacionales, ratificados por Europa, que obligan a brindar protección a las personas refugiadas. Está en juego la vida de millones de personas y, junto a ellas, las normas y valores que nos permitan seguir encontrando sentido a la democracia, a la confianza en la capacidad del ser humano para vivir en paz y lograr una vida digna en un mundo sostenible.
De igual forma, alzamos nuestra voz para impedir que se confundan los debates. La seguridad y el terrorismo son temas cruciales y no menores en relación con la supervisión y control de las fronteras, pero nada tienen que ver con la negación del debido derecho a la protección y al asilo internacional de las personas que, dicho sea de paso, huyen del mismo terror y de la misma locura que deseamos combatir.
Afortunadamente en esta tarea las ONGD no estamos solas, trabajamos en red y aprendemos de otros muchos agentes sociales y políticos. Entre otros aprendemos de una legión pacífica: la de miles de educadores y educadoras que se dejan la piel en el aula de manera cotidiana para fomentar una ciudadanía sensible y democrática, que promueva el pensamiento crítico y el compromiso con la justicia y el bienestar social.
Los educadores y educadoras que se esfuerzan en explicar éstas y otras guerras, se cuestionan y ayudan a cuestionar con la sabia intención de que la tiranía y el terror no se repitan. Intentan despertar la implicación de su alumnado en los problemas de nuestro tiempo y generar una reflexión que descubra las vinculaciones de nuestras acciones con el devenir del mundo. La incidencia política y las movilizaciones que promovemos cuentan, de esta forma, con unos aliados cómplices y resilientes, que operan incansables desde lo pequeño para cambiar la historia: los educadores y educadoras, que desde múltiples lugares no ceden a la imposibilidad, a pesar de sus propias dificultades y siguen alzando la mirada desde la escuela, el instituto, la universidad, facilitando y acompañando preguntas naturales – ¿por qué tanto dolor? ¿Cómo se originó esta guerra? ¿Cómo podemos ayudar?- quizás como la mejor manera de conseguir que el mundo no deje de hacérselas.
Es justo visibilizar este esfuerzo. También lo es reconocer la necesidad de apoyar y legitimar esta tarea que probablemente sea la mejor inversión para que el mundo sobreviva. Agradecer que siempre haya alguien promoviendo la capacidad de decir y protestar por el dolor ajeno, aunque esta vez como decía el poema, no sea a mí a quien vengan a buscar…»